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Apuntes sobre ciencia politica



Diego Martín Velázquez Caballero
Puebla de los Angeles a 4 de noviembre de 1998

Introducción a la Ciencia Política.
Apuntes sobre el objeto de estudio, las teorías, métodos debates y actividades profesionales.

INTRODUCCIÓN

A medida que la sociedad se hace más compleja, la pugna por el poder se torna más sofisticada, y con ello la capacidad para comprender y ubicar los fenómenos políticos en el contexto donde se desenvuelven, en el escenario donde se manifiestan y en el nivel donde se proyectan. “Nuestras ciudades son redes de política. El agua que bebemos, el aire que respiramos, la seguridad de nuestras calles, la dignidad de nuestros pobres, la salud de nuestros ancianos, la educación de nuestros jóvenes y la esperanza de nuestros grupos minoritarios, están ligados a las decisiones políticas”[1].
El Politólogo es el profesional que estudia científicamente la política y, por ende, dónde se ubica, cómo se ejerce y de qué manera se distribuye el poder político en la sociedad. Para su cometido, el Politólogo debe aplicar conocimientos de varias disciplinas y debe hacerlo en diferentes situaciones requiriendo su ejercicio profesional, “En la medida en que la ciencia política es una ciencia, es una ciencia aplicada. Sus tareas son prácticas, y sus teorías se ven a la vez retadas y nutridas por la práctica. En estos sentidos, la ciencia política se asemeja a otras ciencias aplicadas tales como la medicina y la ingeniería. Cada una de estas ciencias aplicadas aprovecha un gran número de ciencias fundamentales en lo que toca a hechos y a métodos para enfrentarse a sus propias tareas [...] los politólogos acuden a todas las ciencias del comportamiento humano como la psicología, la sociología, la economía, la antropología, la historia y la teoría de la comunicación. Lo hacen para ayudar a la gente a mantenerse en paz, libres y capaces de cooperar, de manejar sus conflictos y de tomar decisiones comunes sin autodestruirse”[2].
Sin embargo, a la hora de responder qué estudia la Ciencia Política y cuál es su método, es prácticamente inevitable admitir que en la disciplina hace falta univocidad respecto de ello. Algo que, por cierto, aparece como una realidad inocultable cuando observamos la enorme diversidad y divergencia de enfoques y matices con que los propios científicos y pensadores de la política abordan la problemática.
El presente trabajo, constituye un acercamiento al problema y una visión muy personal de los principios que intentan resolver el conflicto.

LA POLÍTICA Y LA CIENCIA. APROXIMACIÓN CONCEPTUAL


El título de nuestra asignatura Introducción a la Ciencia Política no solamente prefigura su contenido, sino que abre un ancho abanico de expectativas y despierta ilusiones de la más variada intensidad. Los primeros escarceos alrededor de las cuestiones fundamentales de la Ciencia Política suelen provocar, no obstante, un derrumbe de aquellas expectativas y la insatisfacción de aquellas ilusiones.
Sorprende el hecho de que la política, cuya conceptualización somos capaces de intentar sin haber leído una línea sobre Ciencia Política, revele, a poco de andar, no solamente la insuficiencia de la cotidianidad de nuestra proximidad con la política, sino también la , inexplicable divergencia de enfoques que hacen que, aquello que parece fácil de localizar y aislar en el universo de nuestras vivencias, constituya un verdadero quebradero de cabeza para científicos y especialistas, desde el comienzo mismo de las reflexiones políticas.
No solamente no existe consenso alrededor de la idea de política, sino que tampoco lo hay respecto a la denominación de nuestra materia. Esta pluralidad divergente de enfoques sobre un mismo fenómeno, no es, ni por asomo, una cualidad exclusiva de la Ciencia Política. Sucede otro tanto de lo mismo en otras parcelas de la ciencia, especialmente, en el campo de las ciencias sociales. Lo que ocurre es que, aquella pluralidad de interpretaciones y las vicisitudes que históricamente ha atravesado el estudio de la política, confieren a ésta y a su Ciencia, una riqueza muy particular que, lejos de conspirar contra su cientificidad o su autonomía, contribuyen a ensanchar nuestro objeto de estudio y a dotarle de su dinámica característica.
La tarea de desentrañar el significado del término “política”, teniendo en cuenta al mismo tiempo que con su delimitación conceptual estamos prefigurando el objeto de nuestra materia, no es, por cierto, una tarea fácil de acometer. Ciertamente poco nos aporta el saber que la palabra política, tal como la conocemos en nuestra lengua, proviene del vocablo griego polis, que significa ciudad. Es necesario conocer, además, qué tipo de realidad describe el vocablo polis y en qué contexto lo hace. Por eso, como punto de partida y con carácter provisional, diremos que la polis griega era la comunidad integrada por un conjunto de hombres que residían sobre un territorio delimitado, que constituía una entidad política autosuficiente y que estaba regida por un gobierno autónomo.
El origen de la palabra política se sitúa, pues, en la antigüedad clásica, y no sólo desde el punto de vista etimológico sino también desde el histórico. Con aquella palabra los griegos designaban todo aquello perteneciente o relativo a la polis y, de algún modo, hacían también referencia a los asuntos que eran de la incumbencia de aquella colectividad: los asuntos públicos.
Pero desde la política según la concebían los griegos hasta alcanzar el significado que el mismo término hoy tiene entre nosotros, hay una enorme distancia que no solamente es mensurable cronológicamente. Por tanto, es conveniente echar un vistazo a la evolución histórica del vocablo que explique las vicisitudes y las intermitencias que ha sufrido su utilización a lo largo del tiempo y que también, en cierto modo, nos explique el porqué de su vasto y complejo significado.
Un buen punto de partida para este camino es conocer el significado que atribuyen a la palabra política la Real Academia de la Lengua Española. El diccionario nos dice que política es el arte, doctrina u opinión referente al gobierno de los Estados, como la actividad de los que rigen o aspiran a regir los asuntos públicos, como también la actividad del ciudadano cuando interviene en los asuntos públicos con su opinión, su voto, o de cualquier otro modo. Para el diccionario, política significa también cortesía y buen modo de portarse. Por extensión de las dos primeras acepciones, también con esta palabra se alude al arte o traza con que se conduce un asunto o se emplean los medios para alcanzar un fin determinado. Por último, se hace referencia a orientaciones o directrices que rigen la actuación de una persona o entidad en un asunto o campo determinado.
Pero en tanto de la misma raíz griega el castellano recoge la palabra política con las diferentes acepciones y significados que acabamos de ver, en el inglés (idioma en el que se han desarrollado los principales estudios politológicos contemporáneos) la raíz griega ha derivado en, por lo menos, tres palabras diferentes:
A) politics referida, según el diccionario, a la actividad del gobierno, de los miembros de las organizaciones legislativas o de las personas que intentan influenciar el modo en un país es gobernado. Este vocablo designa también al trabajo que supone mantener una posición de poder en el gobierno. Por otro lado, con la palabra politics se alude al estudio de las formas en que un país es gobernado. Pero también la politics de una persona son sus opiniones acerca de cómo debe ser gobernado un país. Al igual de lo que sucede en castellano, por extensión, politics también designa a las relaciones que se establecen dentro de un grupo particular o de una organización en los que se permite a determinadas personas detentar poder sobre las otras. En inglés, pues, politics are the activities of the government, members of law-making organizations or people who try to influence the way a country is governed; politics is also the job of holding a position of power in the government. Finalmente, politics also refers to the study of the ways in which a country is governed.

B) policy, que se entiende como un conjunto de ideas o un plan de acción para situaciones particulares, que han sido acordadas oficialmente por un grupo de personas, una organización de negocios, un gobierno o un partido político. Otro significado de esta palabra es equivalente al español póliza, ya que se refiere al documento en el que se recoge un acuerdo alcanzado con una compañía de seguros. Este último giro no es relevante para nuestro objeto de estudio.

C) polite es el comportamiento que es considerado como socialmente correcto y que demuestra preocupación y cuidado por los sentimientos ajenos. Al mismo tiempo, cuando se habla de polite society o polite company, se está haciendo referencia a la clase de personas que se consideran a si mismas como mejores que las personas normales.

Por tanto, la primera conclusión que arroja la comparación entre el significado primigenio de la palabra política y sus diversos significados actuales, es la constatación la riqueza y variedad de la fenomenología que gira alrededor del concepto. Claro que es preciso aquí prevenir que aún nos movemos en el terreno de los significados más usuales y corrientes de política y que, por tanto, más adelante será necesario contrastar estas conclusiones con las que formulan los científicos de la política cuando intentan precisar el objeto de nuestra disciplina. Pero aunque hagamos esta prevención e intentemos trazar una línea entre lo vulgar y lo científico, es innegable el hecho de que aquella carga de ambigüedad que pesa sobre la definición de la política en términos corrientes, se ha trasladado también al campo del conocimiento científico, dificultando el ejercicio de los especialistas a la hora de determinar, con cierta precisión, el objeto de la Ciencia Política.
Hasta aquí, destacan algunas ideas que pueden extraerse y aislarse para comenzar a construir un concepto de la política: son aquellas que se refieren, por ejemplo, a los asuntos públicos, al gobierno, a las comunidades o los grupos, así como las ideas de acción y de actividad.
Pero para seguir construyendo el concepto, será necesario repasar brevemente las principales diferencias y analogías entre la política, tal y como era entendida por los clásicos, y la política en su sentido más moderno.
Marcel Prelot[3] afirma que para los antiguos, la política pragmática es el estudio de la vida en común de los hombres, según la estructura esencial de esta vida, que es la constitución de la ciudad. Esta afirmación no solamente ilustra sobre la amplitud del alcance del término política, como lo utilizaban los clásicos, sino que demuestra que en la antigüedad no era posible dividir y aislar -como lo hacemos hoy- los conceptos de Estado y sociedad civil. La política era todo aquello referido a la vida en común de los hombres en el ámbito de la ciudad y en tal sentido era comprensiva tanto de lo social como de lo político. El hecho de que hacia el final del mundo antiguo Aristóteles sugiera la imagen de un animal social junto a la de animal político, en modo alguno suponen el desdoblamiento o la dualización entre las esferas de lo político y de lo social, cuando menos, en el sentido en que estos ámbitos son entendidos en el debate contemporáneo.
Un repaso al pensamiento de Aristóteles ayuda a comprender mejor lo anterior. El filósofo sostuvo que el hombre es un zoon politikón, un ser político (un animal político, según otros). Con esta afirmación, Aristóteles está diciendo que, históricamente, el hombre siempre ha sido miembro de un sistema político y que la política forma parte de su naturaleza, hasta el punto de que la vida plenamente humana -según Aristóteles- sólo es posible en la comunidad política[4]. Fuera de ella, fuera de la polis (la organización o la comunidad política que Aristóteles conoció y sobre la cual reflexionó en profundidad) el hombre es un ser inferior, una bestia, perteneciente al plano de la realidad natural, o bien, es un dios, situado en el plano de la realidad transhumana.
La política en sentido clásico puede definirse (según Prelot) como la ciencia del gobierno de los estados, o el estudio de los principios que constituyen el gobierno y deben dirigirlo en sus relaciones con los ciudadanos de otros estados. Es también el conocimiento de todo lo que se relaciona con el arte de gobernar un Estado. De precisión evidente, parece claro no obstante que la utilización en esta definición de conceptos históricamente posteriores como lo son los de estado y ciudadano, no facilitan su comprensión.

Si la naturaleza del hombre es exclusiva o preponderantemente política, las reflexiones aristotélicas sobre la política son -más que un estudio sobre las formas de organización- una especulación sobre el hombre mismo, hasta el punto que se ha llegado a decir que el pensamiento aristotélico, más que política en sentido estricto, constituye una verdadera antropología, en el sentido de que trata del comportamiento del hombre como miembro de una comunidad o de una sociedad. En otras palabras, que la reflexión aristotélica supone más una definición del hombre que una definición de la política.
Pero resulta evidente que aún en la Grecia antigua no toda actividad del hombre era actividad política. Sin embargo, el que el pensamiento reflexivo de aquella época haya caracterizado al hombre como un zoon politikón tiene su explicación en la certeza de que siempre es posible encontrar al hombre como miembro de un sistema político, cualquiera sea su grado de participación en él. Pero es que, además, lo político aparece como una esencia específica, natural y, de algún modo, innata del hombre, que coexiste con otras esencias como las vinculadas con la religión, la economía, el arte, el conocimiento o la moral. El sentido clásico de lo político perdurará bien entrada la Edad Media, hasta el punto de que autores de la época, seguirán postulando aquello de que la política comprende generalmente todas las artes que ocupan la comunidad humana.
La caída de la polis inaugura una compleja y tortuosa andadura de la idea de política. De alguna forma, lo político se atenúa y se diluye frente a diferentes influencias. Así, la política se juridiza, desarrollándose en la dirección indicada por el pensamiento romano. Más tarde, la política se teologiza, adaptándose primero a la visión cristiana del mundo, luego a las complejas y a veces turbulentas relaciones entre el papado y el imperio, y, por último, a las consecuencias de la ruptura entre el catolicismo y el protestantismo. De esta forma, aquel significado clásico de la política, integrado en un discurso de corte ético-político, que comienza con Platón, va matizándose al compás de evolución del pensamiento y de las formas políticas, aunque sin perder aquel su perfil ético y prescriptivo. Las ideas sobre lo bueno y lo justo (que expresan las aspiraciones de la ética naturalista, la ética teológica y la ética jurídica) planean sobre la reflexión política postclásica y alcanzan su punto de perfección en el desarrollo de la doctrina del Derecho Natural que resume esta amalgama entre normativa jurídica y normativa moral.
La confusión entre (o, para mejor decir, la imposibilidad de aislar) las ideas de política, antropología, moral y derecho es, precisamente, la nota distintiva del concepto clásico de política. El primer intento de separar estos campos y de emancipar a la política de la influencia de otras actividades humanas es tarea que acomete Maquiavelo[5] (1469-1527). Para el pensador florentino, tanto la moralidad como la religión son, ciertamente, componentes fundamentales de la política, pero a título instrumental. No son, pues, la política misma. Pero la aportación de Maquiavelo a la configuración de una idea más moderna y realista de la política no se detiene en el trazado de la frontera con la moral y con la religión. Maquiavelo postula el que la política tiene sus leyes propias, leyes que por cierto ya poco tienen que ver con los mandatos prescriptivos de la moral, la religión o el derecho. Quizá sea esta última reflexión, la contribución más importante del autor florentino a la consolidación de la autonomía de la política como terreno de reflexión y especulación teórica.
Parece evidente que si Maquiavelo no es reconocido como el fundador de la Ciencia Política, cuando menos, debe atribuírsele la condición de descubridor de la política. Es ciertamente este autor quien inaugura la moderna visión de la política, caracterizada por la distinción, cada vez más nítida y acentuada, entre política y moral, entre política y economía, entre política y derecho.
Si la nota característica de la política en sentido clásico es cierta inescindibilidad de política-ética-religión-antropología-derecho, la nota que distingue al significado moderno de la política es, precisamente, la pretensión de su autonomía. La modernidad de la política conduce a predicar de ella lo siguiente:

La política es diferente a otras actividades que realiza el hombre
La política es independiente porque sigue leyes propias, instaurándose literalmente como ley de sí misma
La política es autosuficiente o autárquica, en el sentido de que se basta a sí misma.
La política es una causa primera, una causa generadora, no sólo de sí misma, sino también de todo el resto, a causa de su supremacía.

La política no es solamente diferente de la moral. Es también distinta de la economía y, modernamente, no incluye dentro de sí misma al sistema social. El último y exitoso intento por perfilar la identidad de la política es la ruptura de los vínculos entre política y derecho, cuando menos, en el sentido de que un sistema político ya no se comprende como -ni se agota en- un sistema jurídico. Pero, así las cosas, la política aparece como distinta de todo, lo que obliga a preguntarse qué es la política en sí misma.
Paradójicamente, la palabra política, tras ser empleada por los griegos, cae en desuso durante casi dos milenios. A ello no obsta el hecho de que, cuando la reencontramos aisladamente -como en la expresión dominium politicum- el vocablo es utilizado para caracterizar a un pequeño espacio, a un fenómeno puramente marginal. Entre los siglos XVI y XVIII la palabra política se utiliza en diversas formas, que no son sino desviaciones semánticas de su sentido original: policie para el francés, Policey en alemán, y policy en el inglés. Lo auténticamente paradójico, sin embargo, es que a pesar del sinuoso iter semántico de la palabra política, durante aquel tiempo se ha seguido pensando siempre en política, porque como telón de fondo de las reflexiones política, generalmente ha existido la preocupación por mitigar y regular el dominio del hombre sobre el hombre.
A pesar de la regularidad de esta preocupación, no siempre ha resultado tarea sencilla diferenciar aquellos comportamientos humanos de naturaleza ética, religiosa o económica de los comportamientos específicamente políticos. Los contornos más difusos de estos últimos hacen que, a la hora de diferenciar la política de otros comportamientos o funciones sociales del hombre, el camino más corto consista en aprovechar la marcada identidad de los impulsos económicos, morales y religiosos del ser humano.
En este sentido, sin esfuerzo, es posible decir que el criterio guía de los comportamientos económicos es el de la maximización del beneficio al menor costo posible. La satisfacción de las necesidades elementales de los seres humanas es una actividad que, históricamente, ha ido tejiendo todo un sistema de interrelación social, dentro del cual las conductas paradigmáticas son aquellas que responden al impulso de maximización del beneficio. A pesar de que la mecánica consustancial al funcionamiento del sistema económico condiciona, cada vez más, los procesos políticos, los comportamientos políticos del ser humano no aparecen guiados ni por el apetito de ganancia ni son explicados dentro de la lógica de satisfacción de las necesidades de adaptación de la especie al medio ambiente natural. Y si bien economía y política aparecen o funcionan, las más de las veces, como una dialéctica indisoluble, lo cierto es que ambas dimensiones de la naturaleza humana son diferentes: la primera atiende a las necesidades fundamentales de supervivencia corporal, en tanto que la segunda responde a las necesidades organizativas de los individuos, que, al reunirse en comunidades, precisan de una dirección para asegurar la convivencia y el respeto de sus normas. Entre economía y política no puede establecerse relaciones de super o subordinación, sino circunstancialmente. Ambas generan conjuntamente condiciones conflictivas en el interior de los grupos sociales, y ambas han desarrollado mecanismos propios de gestión y resolución de aquellos conflictos. Ello no obstante, la complejidad creciente de la vida social moderna hace que, las más de las veces, aquellos conflictos se resuelvan mediante la interacción recíproca de estas dos grandes esferas de influencia y de poder.
La moral no ha de ser confundida tampoco con la política, muy a pesar de que la moral aparezca frecuentemente -y ello es deseable- como un componente central de la acción política. El criterio que guía los comportamientos éticos es el del bien. La acción moral es la acción debida. La acción política, por contra, es una acción dirigida a establecer un orden de convivencia humana, a través de la utilización del poder. Es cierto que muchas veces, aquel orden de convivencia habrá de estructurarse alrededor de valores y de principios, pero la política, en sí misma, como categoría científica, prescinde de cualquier ejercicio valorativo. Por estos motivos, a veces resulta sumamente difícil separar ambas actitudes humanas, y es de esperar que política y moral continúen implicándose y sirviéndose recíprocamente.
Quizá resulte un poco menos dificultosa la tarea de distinguir entre política y religión. Si entendemos a la religión como un conjunto de conductas específicamente humanas que derivan de su incapacidad para comprender ciertos aspectos -quizá sobrenaturales- de la realidad que lo rodea y lo condiciona, rápidamente y echando mano de los elementos conceptuales, podemos advertir que la política apunta en una dirección bastante diferente. Pero lo que es posible aislar mediante un simple ejercicio intelectual, no resulta tan sencillo de diferenciar cuando echamos un vistazo sobre la realidad histórica. En todas las épocas, el temor a lo desconocido y la incapacidad humana para elaborar explicaciones sobre determinadas parcelas de la realidad, han estado vinculados, de una forma o de otra, al ejercicio del poder en el seno de la sociedad. Muchas veces la política ha sido un instrumento al servicio de la religión, y otras tantas ha sido la religión la que ha servido a los propósitos de la política. Las diferencias religiosas han sido utilizadas para alentar propósitos de hegemonía y, al mismo tiempo, los poderes políticos han sido muchas veces determinados a sostener posiciones religiosas o teológicas.
Nuestra aproximación conceptual y el posterior intento de deslindar las esferas de acción de la política en relación con otros aspectos del comportamiento humano, nos colocan en un punto en que se nos facilita notablemente la tarea de intentar una definición de la política. Intento que, por cierto, no supone la pretensión de cerrar o pasar por alto el arduo debate que gira en torno, precisamente, a la definición de política. Pero el hecho de que no exista unanimidad y el que tampoco sea posible ensayar una conceptualización omnicomprensiva, no alcanzan a persuadirnos de la inconveniencia o de la inoportunidad de intentar hacerlo por nosotros mismos.
En la tarea de elaboración de la definición de política, parece conveniente comenzar destacando algunos de los elementos que la caracterizan y le confieren especificidad y autonomía, para luego, en un segundo momento, unir estos elementos en un enunciado que los comprenda y que, a la vez, los interrelacione. Algunos de estos elementos ya han sido esbozados. Así, la política puede empezar a ser definida como una actividad, entendida ésta como un conjunto de operaciones o tareas propias de una persona o entidad. Este concepto de actividad ya nos está advirtiendo de que hablamos de una actividad humana, del hombre, sea en su faz individual, sea un faz colectiva.
Pero es que además, el concepto de actividad supone el que aquellas operaciones y tareas propias de una persona o una entidad, se hallen encaminadas hacia un fin. La existencia de un fin concreto supone, a su vez, el que quienes desarrollen aquella actividad empleen determinadas herramientas, determinados instrumentos o medios para alcanzar tal fin. Por tanto, un buen paso siguiente en la elaboración de la definición de política, consistirá en averiguar qué se proponen los hombres y sus organizaciones cuando despliegan su actividad política, y cuáles son los medios que emplean para conseguir esos propósitos. A la hora de efectuar esta operación, hay quienes gustan de poner el acento sobre determinados elementos o componentes de la política y quienes pretenden reconducir toda la política al que consideran como el más preponderante de sus elementos. Así sucede, por ejemplo, con quienes entienden la política como una actividad caracterizada, casi exclusivamente, como la lucha por el poder. No es posible entender así a la política, porque al hacerlo estaríamos limitándola a tan solo uno de sus aspectos: el de la competencia entablada entre quienes intentan acceder al poder. Es política, también la actividad que desarrollan quienes ya detentan el poder y lo ejercen sin necesidad alguna de competir por él con otros hombres.
Otro enfoque fragmentario y, por tanto, insuficiente, es aquel que alude a la política como el arte de lo posible (expresión que se atribuye a Otto von Bismarck). Quienes combaten esta visión de la política suelen decir que si algo es posible no habrá de necesitar de la política para poder concretarse, por lo que -invirtiendo los términos de la frase- postulan que quizá sea más adecuado pensar a la política como el arte de lo imposible.
Lo mismo sucede con aquellos que tienden puentes de conexión entre la política y la guerra. Si para éstos la guerra es la política hecha con otros medios, a la inversa, la política podrá ser entendida como la guerra encarada también con medios diferentes, y ello, cuando menos a primera vista, parece una exageración notable. Lo cierto es que las pretendidas relaciones de parentesco entre la política y la guerra soslayan el hecho de que la política es, esencialmente, una actividad tendente a construir los consensos que permitan el establecimiento de un orden social que haga posible la convivencia de los hombres en sociedad.
Otro tanto puede decirse en torno a los que sostienen la práctica confusión entre política y Estado. Y es sabido que la política no es solamente una actividad que se desarrolla en el ámbito estatal. Lo vemos con mayor claridad cuando intentamos delinear una tipología de la política en función de los diferentes ámbitos espaciales en que esta actividad se desenvuelve.
En este sentido, podemos entender que existe:
-Una micropolítica, en donde las relaciones de poder se manifiestan a nivel individual o grupal, generalmente en el grupo cara-a-cara, o grupo de encuentro (la familia, el barrio, el club).
-Una mesopolítica, que se desenvuelve en un ámbito inferior al de la nación y comprende, generalmente, la vida política de las ciudades y los pueblos.
-Una macropolítica, que es el nivel en que la política alcanza su máxima expresión, y comprende las relaciones políticas de alcance nacional que definen y explican en profundidad la vida política de un país en su totalidad.
-Una megapolítica que trata de la política que se desarrolla por encima de las naciones y que es materia de estudio de las Relaciones Internacionales.

Sentadas estas distinciones que, en cualquier caso, habrán de interpretarse y valorarse con independencia del reparo que merezca la utilización de una terminología que aún no ha sido suficientemente consensuada por los especialistas, es preciso estudiar de qué manera y bajo qué condiciones es posible calificar a un hecho o a un fenómeno como político, de modo de poder distinguirlos con claridad de muchos otros hechos y fenómenos que se verifican en la realidad. Para ello será de utilidad referirse a las tres categorías de lo político.
La primera de ellas está referida a la distinción entre lo público y lo privado[6]. Se ha dicho que con esta distinción, lo que se intenta es trazar una línea que divida, de un lado, aquello que pertenece a la sociedad global y, del otro, aquello que pertenece a sus miembros considerados individualmente. Esta afirmación puede valer como punto de partida para una separación entre ambas categorías, pero no está libre de cierta imprecisión al reducir el ámbito de lo privado a la esfera individual, cuando, en realidad, lo privado también comprende instancias pluriindividuales y colectivas. Pero, siguiendo en esta línea, podemos afirmar que la esfera pública se caracteriza por la presencia de relaciones de subordinación entre gobernantes y gobernados, que son relaciones entre desiguales. En la esfera privada, por contra, estas relaciones son de coordinación y se establecen entre iguales. En el campo jurídico, esta distinción fundamental entre lo público y lo privado se traduce en la naturaleza diversa de las normas jurídicas, sea que pertenezcan al derecho público, sea que pertenezcan al derecho privado. En efecto, mientras que las normas de derecho público se caracterizan por su inderogabilidad por la voluntad de los individuos de una sociedad, las normas del derecho privado, típicamente y en su mayoría, son derogables o disponibles por aquellos individuos. La razón de la inderogabilidad de las primeras (y de la derogabilidad de las segundas) es que las normas de derecho público ordenan las relaciones entre el Estado, como expresión del poder público organizado, y los particulares. Estos, a través de contratos y aún de convenios colectivos, no pueden avanzar sobre aquellas, pues razones superiores (supremacía normativa del Estado) así lo aconsejan.
Por el contrario, las normas de derecho privado apuntan a ordenar las relaciones (generalmente de contenido patrimonial o, mejor, económico) entre los particulares. Dependiendo de la naturaleza y valor de los derechos involucrados, el Estado concede a aquéllos un espacio más o menos amplio de autonomía para que regulen sus relaciones recíprocas, generalmente a través de contratos y de actos unilaterales de manifiestación de voluntad con relevancia jurídica. Estos actos, normalmente, son derogables (modificables) o retractables por el juego de las mismas voluntades que contribuyeron a su otorgamiento, pero es claro que el derecho privado está hecho también de normas imperativas que el Estado impone para que los particulares observen y cumplan a la hora de otorgar aquellos actos. Estas normas imperativas generalmente no pueden ser modificadas por los particulares, puesto que en su cumplimiento está interesado el orden público, aunque no por ello las normas pierden su carácter de derecho privado.
En el plano de la justicia, esta dicotomía entre público y privado se manifiesta en la diferenciación entre justicia conmutativa y justicia distributiva. La primera, que tiene lugar entre las partes y opera en una sociedad de iguales, es la que regula los intercambios, apuntando a que éstos sean entre cosas de igual valor, para que puedan ser considerados justos (habrá justicia conmutativa, por ejemplo, en una compraventa al fijar un precio que se corresponda con el valor de la cosa vendida [precio justo], o en un contrato de trabajo, cuando el salario remunere estrictamente el valor del trabajo prestado, o en una indemnización, cuando la reparación guarda estricta relación con el daño producido). La segunda (justicia distributiva), que tiene lugar entre el todo y las partes y se produce en una sociedad de desiguales, es la que inspira a la autoridad pública para la distribución de honores y gravámenes, y procura que cada uno reciba lo que corresponde, según su mérito, su necesidad o su trabajo.
La segunda categoría de lo político se detecta en la relación mando-obediencia, que entiende a la política como una relación interhumana, en virtud de la cual la acción de unos determina el comportamiento de otros. Este género de relaciones constituye un presupuesto fundamental de la política, por cuanto de ellas se desprende el instrumento específico de la política que es la fuerza, cuyo monopolio para la regulación de su uso legítimo está atribuido al Estado.
La tercera categoría de lo político está referida a la distinción entre amigo-enemigo y sostiene que lo político puede encontrar su fuerza y su dinámica en los más diversos campos de la vida humana, en las contraposiciones económicas, religiosas, o de cualquier otro tipo, capaces de crear una dialéctica de lucha y de conflicto.
En resumen, a la hora de establecer el contenido del sustantivo política, así como de utilizar con precisión y propiedad el adjetivo político o política, es imprescindible reconducir el análisis de los hechos, fenómenos y conductas a alguna de las categorías de lo político. De este modo, podremos predicar que hay política o que ciertos hechos adquieren relevancia política, cuando en ellos existe tensión o contraposición entre lo público y lo privado, entre el mando y la obediencia, entre el amigo y el enemigo.
Caracterizada, pues, la política como actividad humana desentrañada su esencia a través de las categorías antes estudiadas, corresponde analizar ahora sus fines y los medios que utiliza la política para concretar estos fines. Puede decirse entonces que la actividad humana a la que llamamos política tiene una esencial dimensión teleológica, en el sentido de que está orientada hacia un fin. Este fin no es otro que el de realizar un orden de convivencia humana. Pero a estas alturas no es difícil imaginar que también respecto de los fines de la política no existen acuerdos unánimes. Algunos ponen el acento en aspectos tales como la fuerza o el poder (elevando a la categoría fin a lo que solamente son instrumentos o medios de que se vale la política), otros prefieren hablar de los aspectos organizativos del Estado, y así un largo etcétera. Pero como la convivencia humana es, por definición, compleja y presenta diferentes planos y niveles, habrá que intentar pensar qué orden de convivencia humana es el que pretende asegurar y concretar la política. Y, de momento, la única respuesta posible es la que nos dice que aquel orden de convivencia que la política aspira a realizar es el que se sitúa por encima (se supraordina) a cualquier otro nivel o plano de la convivencia humana, precisamente para permitir que estos otros planos de la convivencia sean también posibles.
Y el instrumento de que se vale la política para alcanzar sus fines propios es el poder. La complejidad conceptual de la idea de poder y específicamende de la de poder político aconseja, en este punto, eludir su definición. Baste a los fines de avanzar los elementos para una definición de la política, saber que la política se vale del poder para perseguir sus fines.
Dicho ésto, estamos en condiciones de intentar armar la definición buscada. Entonces, diremos que La política es la actividad humana que, mediante la utilización del poder como instrumento, está orientada a la gestión y resolución de los conflictos entre los grupos sociales, y a la organización institucional de la dinámica conflictual, con el objeto de realizar un orden de convivencia humana.
Nunca está demás decir que el esfuerzo no justifica que nuestra definición aspire, pretenda o reclame la unanimidad que se les ha negado a los más insignes pensadores políticos. Como tal definición es, con seguridad incompleta, imperfecta o sesgada, pero su valor reside en su utilidad como llave para conocer más en profundidad la realidad política, que constituye el objeto de conocimiento de la Ciencia Política.
Sin pretensión de exhaustividad tampoco, repasaremos algunas otras definiciones de política con el objeto de intentar un ejercicio comparativo y crítico.
Así por ejemplo, se ha dicho que la política es un conjunto de fenómenos sociales que, mediante una operación de inteligencia, podemos abstraer del conjunto general mediante el reconocimiento de ciertas características relacionadas con el poder, la influencia, el gobierno y la dirección de diversos grupos, que se presentan en el seno de la sociedad y, finalmente, de toda la comunidad identificada como unidad, por cierta capacidad de dominación de la separa de otras. También, que la política es la actividad social que se propone asegurar por la fuerza, generalmente fundada en un derecho, la seguridad exterior y la concordia interior de una unidad política particular, garantizando el orden en medio de las luchas que nacen de la diversidad y de la divergencia de opiniones y de intereses. Y si queremos, como Easton[7], entender a la política como un sistema, se puede decir que la política es un sistema de interacciones abstraídas de la totalidad de los comportamientos sociales, a través de las cuales los valores se asignan de modo imperativo para una sociedad.
A partir de aquí, podemos entonces distinguir tres facetas de nuestro concepto:
-La política como arte se manifiesta en la competencia que se establece entre los individuos que tratan de alcanzar el poder. Como esta no es una competencia reglada, cada uno de los protagonistas -tal como si fuera un artista- le imprimirá a su comportamiento su sello personal y, seguramente, aquellos que destaquen por su habilidad, intuición, adaptabilidad a las nuevas situaciones, coraje o prudencia, serán los que obtengan los mejores resultados. La actividad política así desplegada será, desde luego, imprevisible.
-La política como técnica será la actividad que despliegan los gobernantes. Si bien éstos podrán imponer su particular estilo de conducir, el ejercicio de la función de gobierno es una actividad reglada, a cuyas normas deberán ajustarse todos aquellos que desempeñen cargos en el gobierno. En este caso, la actividad política será perfectamente previsible.
-La política como ciencia no se manifiesta ni en la actividad política que desarrollan quienes pretenden acceder al poder, ni la que realizan quienes ejercen el poder a través del gobierno. Cuando hablamos de política como ciencia hacemos referencia al conocimiento que podemos tener de aquellas actividades humanas, ajustándonos para ello a las reglas del método científico. Por tanto, la Ciencia Política será aquella disciplina que se ocupe del conocimiento sistemático y objetivo de los hechos y fenómenos que conforman la realidad política.

LA CIENCIA POLÍTICA

Las dificultades en la construcción del concepto de política constituyen la antesala del debate en torno a la naturaleza, carácter, objeto, método, cientificidad y autonomía de la Ciencia Política. Con ello, queremos expresar que si ya es una tarea delicada y ciertamente trabajosa encontrar una línea de coherencia entre las diferentes posturas y actitudes frente a la política como actividad humana, el estudio sistemático y riguroso de los fenómenos propios de esta actividad humana, plantea problemas similares, cuando no, todavía más complejos.
No existe acuerdo ni siquiera en torno al propio nombre de la disciplina. Por ejemplo, algunos autores anglosajones prefieren hablar de Study of Politics, y otros, de Introducción a la Política. El pragmatismo propio del pensamiento reflexivo anglosajón inspira estos enfoques que, entre otras cosas, permiten eludir difíciles y comprometidas consideraciones acerca de la naturaleza de la Política, del acto político, de su sustantividad y relaciones con otras materias sociales, amén de los complicados análisis epistemológicos y metodológicos.
También se ha contestado, desde algunas posiciones negatorias de la autosuficiencia de la Ciencia Política, su pretendida unidad. Lo que es cierto es que la unidad de la Ciencia Política está amenazada por la variedad de ciencias sociales que pretenden captar y explicar la realidad política desde sus propias coordenadas y, también, por la falta, hasta ahora, de un sistema de Ciencia Política coherente y convincente.
Es evidente que la resistencia de otras disciplinas a la sustantividad de la Ciencia Política, constituye un obstáculo bastante serio para su configuración científica. Pero al lado de estos embates que provienen del propio campo del conocimiento científico, la Ciencia Política se ha visto amenazada también por el partidismo ideológico y la lucha por los intereses materiales, por los prejuicios valorativos y -como sostiene Easton- por la proximidad de la investigación científica a las fuerzas sociopolíticas que determinan la política concreta.
La Ciencia Política, no obstante, parece haber superado la prueba. El estado actual de la disciplina permite dejar atrás las estériles batallas acerca de la delimitación de los campos de análisis y de investigación, los que, en ocasiones, aparecen compartidos con otras ramas del conocimiento científico. La Ciencia Política parece haber abandonado la preocupación por la invasión de las disciplinas fronterizas (filosofía política, derecho constitucional, sociología, historia política) y hoy es posible trazar con claridad y sin pretensiones imperialistas los respectivos terrenos, incluso reconociendo a los predecesores comunes, las líneas comunes de investigación y las peculiaridades metodológicas y sustantivas de la Ciencia Política contemporánea.
La amplia variedad de temas que enfoca la Ciencia Política es otro de los fenómenos que influye en el retraso de su mayoría de edad como disciplina científica y académica. Las dificultades para su codificación y sistematización, si bien han oscurecido de algún modo el perfil del objeto, no han sido obstáculo para que en el último tercio del siglo XX los especialistas se pusieran de acuerdo sobre el contenido de nuestra disciplina.
Bien es cierto que tal acuerdo parece haber sido adoptado sobre bases tan simples (pero no por ello inútiles) como la que sostiene la fórmula que aconseja considerar como Ciencia Política todo aquello que hacen los politólogos o científicos de la política. Lo paradójico, quizá, es que este acuerdo sea posible después de casi tres milenios de reflexión política, porque si bien es cierto que la Ciencia Política stricto sensu goza de una juventud escasamente discutida, la curiosidad y el interés por los problemas y los fenómenos políticos han existido en cada civilización y momento histórico.
Pero si bien es cierto que no toda reflexión política, ni las más encumbradas ni las más inteligentes, tienen o han tenido históricamente rango científico, es altamente improbable que esta carta de ciudadanía que hoy atribuimos a la Ciencia Política, haya podido madurar sin la aportación de los pensadores, teóricos e ideólogos que hicieron de la política su objeto de reflexión. El rotularles a veces como precientíficos no desmerece en absoluto sus obras; al contrario, es precisamente al pensamiento político precientífico al que debe atribuirse la paternidad de la moderna Ciencia Política, la que, muy a pesar de sus avances en la clarificación de su objeto y en la depuración metodológica, no puede prescindir de las ideas, categorías y doctrinas elaboradas por los precursores.
Para dar los primeros pasos en dirección al corazón de la Ciencia Política, tenemos la ventaja de habernos aproximado con seguridad y sin vacilaciones a la idea de política. Si admitimos, provisionalmente, que política, tal cual la estudiamos es el objeto de la Ciencia Política, la tarea que nos cabe ahora es la de tratar de ligar los conceptos de política y de ciencia. En esta línea, es preciso decir que el esfuerzo en la construcción de la ciencia (de una ciencia en particular) comienza por la delimitación de su objeto (los hechos, fenómenos, procesos que estudia tal ciencia) y la explicitación rigurosa del método con que la ciencia se propone conocer aquel objeto.
Ambos desafíos no son patrimonio exclusivo de la Ciencia Política. Porque si bien el debate epistemológico está presente en cada parcela del conocimiento humano, lo que de veras complica la tarea del científico político es la mutabilidad de su objeto (la palabra política, como hemos visto, no siempre ha servido para designar una misma realidad) y también cierta pluralidad metodológica, consecuencia, entre otras cosas, de la marcada relatividad y complejidad de la conducta humana, que es el sustrato y, a la vez, el motor de cualquier comportamiento de naturaleza política.

OBJETO Y CONTENIDO DE LA CIENCIA POLÍTICA

El avance sustantivo de la Ciencia Política en los últimas décadas no ha impedido el que, alrededor de los estudios politológicos, surjan planteamientos, interpretaciones y sugerencias metodológicas no exentas de cierta artificiosidad. Conocerlas y analizarlas en profundidad también es tarea de la Ciencia Política, sin duda, pero una tarea cuya utilidad estriba solamente en que nos permitirá conocer el estado actual de evolución de la disciplina. Preferimos dejar el abordaje de estas cuestiones para los estudios especializados y procuraremos darle a nuestra disciplina un enfoque más bien clásico. Ello supone que tras la explicitación de las ideas fundamentales, sea necesario identificar las formas políticas organizadas en las que los hombres históricamente han desarrollado sus actividades políticas. Una tarea que, en un segundo momento, demandará que estudiemos y analicemos los procesos de instauración, consolidación y funcionamiento de aquellas formas de organización política, así como de las transformaciones que éstas han experimentado. También es tarea de la Ciencia Política estudiar la forma en que los ciudadanos individuales, así como los grupos y movimientos por ellos conformados, intentan influir sobre las opciones políticas, la distribución de los recursos y la definición de los valores del sistema político.
En esta línea, será preciso analizar la interacción entre los individuos y sus grupos entre sí, como la que se establece entre éstos y las estructuras de organización vigente, y las que se producen también hacia el interior de estas estructuras. Entre estos estudios, destacan nítidamente los que versan sobre la constitución del Estado, el funcionamiento de la burocracia administrativa, y el rol de los partidos políticos y las organizaciones sociales de interés en los sistemas políticos contemporáneos.

Pero hace tiempo que nuestra disciplina ha caído en cuenta de que ningún sistema político nacional opera en el vacío ni consigue excluir las influencias provenientes del exterior. El ámbito internacional es un complejo entramado de flujos, influjos y presiones de diferente naturaleza que impactan y muchas veces determinan el comportamiento de los actores de los llamados sistemas políticos nacionales o locales.
Buena parte del contenido de la Ciencia Política versa sobre la historia del pensamiento político. La importancia de este capítulo no es desdeñable en absoluto. Porque si bien el objeto de la teoría política pretende ser actual y atarse modelos científicos, objetivos y sistemáticos, que sean capaces de comprender y explicar la realidad política tal cual es, el capítulo histórico (que pertenece a la órbita científica de la Historia y no de la Política) cimenta su utilidad en la conveniencia de estudiar las doctrinas políticas de los grandes pensadores, y la ideología de los movimientos políticos pasados, de cara a apuntalar el esfuerzo explicativo y descriptivo de la Ciencia Política contemporánea. Quizá el valor normativo de aquellas doctrinas y de aquellas ideas se haya perdido, pero lo que es cierto es que su estudio, en el contexto histórico en que fueron formuladas, defendidas y aplicadas, contribuye a explicar mejor las regularidades políticas y sociales actuales.
Los estudios referidos al Estado ocupan un espacio central, pero no demasiado extenso del desarrollo temático en la Ciencia Política. Es que la política, como hemos visto, es un concepto más amplio y abarcativo que la idea de Estado, por lo que ceñir el objeto de nuestro estudio exclusivamente a la fenomenología estatal, significa tanto como sustraer de la política una parte sustantiva de ella misma y, lo que es peor, renunciar a estudiar los fenómenos políticos no-estatales.
A la hora de explicar el lugar que ocupa la teoría del Estado en los estudios politológicos, es mucho más claro e ilustrativo el pensamiento de Meynaud[8], quien dice que la concepción que hace del Estado el objeto supremo, o esencial, de la explicación política, reivindica una larga tradición histórica y se apoya en algunas de las máximas obras del pensamiento humano. Sin embargo se encuentra en nuestros días en una muy acentuada decadencia. No parece que su conservación como categoría de análisis sea realmente conveniente. Para Meynaud, influyen en este desplazamiento del Estado del centro de los estudios politológicos: a) la propia indefinición del concepto Estado; b) el hecho de que el Estado es, en todo caso, una forma de organización política relativamente reciente, que no es posible asimilar, sin más, a formas históricamente anteriores; y c) el hecho, cierto, de que los estudios y las investigaciones sobre el Estado se orientan más hacia el estudio de las instituciones formales que al comportamiento real de los individuos.
Pero con todo y estas precisas objeciones, lo cierto es que el estudio del Estado, desde su perspectiva formal o desde su perspectiva dinámica, constituyen un capítulo ineludible en los estudios politológicos. Otro gran sector del pensamiento científico insiste en que, siendo el poder el elemento característico de todo fenómeno político, debe ser aquél el objeto central de estudio de la Ciencia Política. Pero, aún concediendo que este enfoque sea más realista que los que colocan al Estado en el centro de la mira de los científicos de la política, lo cierto es que el poder es un concepto lo suficientemente vago y difuso como para erigirse en objeto de la Ciencia Política.
Y como bien sostiene Andrade Sánchez[9], lo cierto es que ni el Estado ni el poder pueden escapar al análisis de la Ciencia Política, porque constituyen, probablemente, sus dos categorías más fundamentales que, además, se influyen y se implican recíprocamente. El esfuerzo de aproximación de las dos corrientes que realiza este autor se concreta en su afirmación de que el objeto de la Ciencia Política es el estudio de la formación, obtención, ejercicio, distribución y aceptación del poder público; entendiendo por poder público el que permite organizar autónomamente una colectividad determinada, la cual, en nuestro tiempo, asume la forma que denominamos Estado.
Cierto es también que, por encima de esta disputa, que algunos califican de afrancesada, se ha abierto paso una corriente de pensamiento, bastante aligerada de complicaciones teóricas, que a la hora de responder al interrogante sobre el contenido de esta disciplina, prefiere huir de las tentaciones sintéticas, y nos devuelve una lista de contenidos, cuya conexión entre sí se abstienen de explicar. Es el pragmatismo al que me refería más arriba cuando me refería a aquello de que la Ciencia Política es, en el fondo, lo que hacen los politólogos.
Dicho lo cual, todo el debate sobre el objeto se simplifica, hasta el punto que la indagación sobre nuestro objeto parece detenerse en el momento en que somos capaces de pasar revista a la enorme multiplicidad temática de que se ocupan los modernos politólogos. Sin embargo, esta técnica de detección del objeto de la Ciencia Política no se ha quedado en una mera proposición. Tras la Segunda Guerra Mundial, la necesidad de que los estudios politológicos recibieran un nuevo impulso y obtuvieran un mejor lugar en las universidades, se convirtió en una preocupación de escala internacional. La naciente Organización de las Naciones Unidas (ONU) encomendó entonces a su organismo especializado en materia de educación, ciencia y cultura (la UNESCO) la confección de una lista tipo que describiera o, mejor, que enumerara los contenidos de los estudios politológicos. Y así fue que la UNESCO reunió a un grupo de expertos en 1948 y, de aquella convocatoria surgió la Lista Tipo que, por vía de la enumeración de temas y materias, delimitó el contenido de la Ciencia Política del siguiente modo:
1) La teoría política
a) La teoría política
b) La historia de las ideas políticas

2) Las instituciones políticas
c) La constitución
d) El gobierno central
e) El gobierno regional y local
f) La administración pública
g) Las funciones económicas y sociales del gobierno
h) Las instituciones políticas comparadas

3) Partidos, grupos y opinión pública
d) Los partidos políticos
e) Los grupos y las asociaciones
f) La participación del ciudadano en el gobierno y en la administración
g) La opinión pública

4) Las relaciones internacionales
e) La política internacional
f) La política y la organización internacional
g) El derecho internacional


Algunos autores, consideran también como objeto de la Ciencia Política a los subcampos en que se especializan los científicos políticos:
a) Comportamiento Político Nacional. El Estudio de individuos y organizaciones no gubernamentales implicadas en la política y de las razones para lo que hacen.
b) Instituciones Políticas Nacionales. El Estudio de cuerpos gubernamentales: Congreso, Presidencia, burocracia, etc.
c) Política Pública. El análisis del producto de la política, las clases de politicas que son impuestas.
d) Política Estatal y Regional. A nivel de comunidades locales y sus rspectivos estados.
e) Política Comparativa. El Estudio de todo lo anterior reflejado en otros países.
f) Política Internacional. Los estudios de política entre Estados Mundiales.
Otro esquema para los campos de la Ciencia Política, es la siguiente:

Nomenclatura Internacional de la Unesco para la CIENCIA POLÍTICA


Relaciones internacionales
•01 Cooperación internacional
•02 Organizaciones internacionales
•03 Política internacional
•04 Tratados y acuerdos internacionales
•05 Problemas de las relaciones internacionales
•06 Otras (especificar)
Ciencias políticas
•01 Política agrícola
•02 Política cultural
•03 Política comercial
•04 Política de comunicaciones
•05 Política demográfica
•06 Política económica
•07 Política educativa
•08 Política del medio ambiente
•09 Política exterior
•10 Política sanitaria
•11 Política industrial
•12 Política de la información
•13 Planificación política
•14 Política científica y tecnológica
•15 Política social
•16 Política de transportes
•17 Otras (especificar)
Ideologías políticas
Instituciones políticas
•01 Poder ejecutivo
•02 Poder judicial
•03 Poder legislativo
•04 Relaciones entre los poderes
•05 Otras (especificar)
Vida política
•01 Elecciones
•02 Comportamiento político
•03 Grupos políticos
•04 Liderazgo político
•05 Movimientos políticos
•06 Partidos políticos
•07 Otras (especificar)
Sociología política
•01 Derechos humanos
•02 Lenguas
•03 Minorías
•04 Raza
•05 Religión
•06 Conflictos sociales •07 Otras (especificar)
Sistemas políticos
•90 Area Americana
Teoría política
Administración pública
•01 Gestión administrativa
•02 Instituciones centrales
•03 Administración civil
•04 Servicios públicos
•05 Instituciones regionales
•06 Otras (especificar)
Opinión pública
•01 Información
•02 Medios de comunicación de masas
•03 Prensa
•04 Propaganda
•05 Otras (especificar)
Otras especialidades políticas (especificar)

Deutsch, establece también otros temas para la Ciencia Política:
1 La Justicia.
2 El Poder
3 La Legitimidad y la Estabilidad
4 Las Instituciones y los Procedimientos
5 Las grandes corrientes del Pensamiento Político
6 El Conocimiento y el Aprendizaje Político
7 La Investigación Política y sus Métodos.
8 La Teoría Sistémica
Pero quizá el más exitoso intento de describir el objeto de la Ciencia Política sea aquel sostiene que la teoría política (que es conocimiento científico de lo político, y que a estos fines utilizaré como expresión equivalente a Ciencia Política) describe los hechos y explica las relaciones fácticas o las regularidades que descubre en la realidad política, que constituye el objeto formal de la teoría política, y que trata de la autoridad, del poder, de la influencia y de los demás hechos que conforman dicha realidad, mediante juicios de conocimiento que se integran en el acervo de la Ciencia Política moderna. Lo que se denomina realidad política forma parte de la idea más amplia de realidad social, pero que el estudio de esta última no es cometido de la Ciencia Política sino de la Sociología. La realidad política está conformada por los hechos y fenómenos políticos o que tienen incidencia política, lo que distingue a lo político es la posibilidad de subsumir aquellos fenómenos en alguna de las ya estudiadas categorías de lo político. En otras palabras un hecho o fenómeno es esencialmente político cuando presupone una relación de mando y obediencia, que juntamente con la distinción entre lo público y lo privado, configuran el plano interno de la realidad política.
En conclusión, admitida la precisión del concepto de realidad política como núcleo del objeto de estudio de la Ciencia Política, y su acierto a la hora de superar el debate entre Estado y poder como objetos exclusivos de conocimiento, se hace necesario enumerar cuáles sean aquellos elementos políticos o de incidencia política de que está compuesta la realidad política.

Ellos son:
-hechos
-fenómenos
-actores socializados (individuales o grupales)
-ideas, doctrinas, ideologías, creencias, valores y opiniones dominantes
-estructuras de mediación (partidos, grupos, asociaciones, grupos de interés, de presión y de tensión)
-normas formalizadas para la solución pacífica de los conflictos
-reglas no formalizadas pero aceptadas implícitamente, e instituciones.

La naturaleza o el carácter político de estos variados fenómenos, depende de su inserción en alguna de las tres categorías de lo político, mencionadas anteriormente.

LA CIENCIA POLÍTICA EN EL MARCO DE LAS CIENCIAS SOCIALES

Si partimos de la definición clásica que afirma que ciencia es el conjunto de propuestas racionales, basadas en la observación y sometidas a una prueba permanente de verificación empírica, tenemos la base para trazar una primera gran distinción entre las ciencias formales y las ciencias fácticas. Entre las primeras se incluye a la matemática y a la lógica, por cuanto, como tales ciencias formales, no se ocupan de la realidad ni de los hechos. Ambas elaboran construcciones racionales, sistemáticas y verificables, pero no son objetivas en el sentido de que su objeto está constituido por entes ideales que sólo existen en la mente humana. Estas ciencias formales rara vez entran en conflicto con la realidad, por cuanto se ocupan de las relaciones entre signos. Su método es la lógica, de la que se sirven para demostrar sus teoremas. Las ciencias fácticas, por el contrario y como su nombre sugiere, se ocupan de los hechos, fenómenos y procesos que se verifican en la realidad. Su método requiere de observación y de experimentación para confirmar sus conjeturas.
Esta gran categoría del conocimiento científico admite, a su vez, una importante subdivisión. Por un lado, distinguimos a las ciencias naturales (física, química, astronomía, biología, etc.) y las ciencias sociales (política, economía, sociología, antropología, psicología, historia, etc.) El objeto de conocimiento de estas últimas no es ya la realidad natural, sino los hechos y procesos que se verifican en el plano de la realidad social, allí donde confluyen las conductas humanas y se interrelacionan. Y como la realidad política forma parte de la realidad social, el conocimiento objetivo, sistemático y transmisible de aquélla (la Ciencia Política) integrará el espectro de las ciencias sociales.
Pero si esta afirmación parece incontestable, no se nos presenta tan sencilla la tarea de determinar el lugar que ocupa la Ciencia Política dentro del concierto de las ciencias sociales. Y tal dificultad proviene de las ya apuntadas divergencias a la hora de precisar el objeto de nuestra disciplina. Las conflictivas relaciones de parentesco o de vecindad entre la Ciencia Política y las restantes ciencias sociales arrancan desde el momento mismo en que la reflexión política fue un anexo de la filosofía. Aristóteles, Platón, los teóricos políticos de la Edad Media, así como Hobbes y Rousseau, enmarcaron sus reflexiones en el bien del grupo políticamente organizado, y enunciaron las condiciones que permitirían alcanzarlo. Pero como hemos visto, la moderna Ciencia Política parece haberse decantado, resueltamente, por el positivismo, prescindiendo de las consideraciones éticas.
Existe una interdependencia crecientemente entre las distintas disciplinas de las ciencias sociales, específicamente entre la sociología, la economía, la antropología, la psicología y la ciencia política, ésta última será nuestro objeto de análisis para abordar su desarrollo, naturaleza y función como disciplina autónoma.
En sus inicios, se pueden encontrar dos vertientes extremas, la primera que se refiere a la forma de pensamiento sobre el gobierno y lo que esto implica en cuanto a instituciones, lo que ahora vendría a denominarse “Políticas Públicas”, postura que le otorga a la variable política en su fase decisional, una autonomía relevante y sobredimensionada; y por el otro, el denominado “cambio social”, que en su fase extrema y desde la perspectiva sociológica establece una especie de determinismo de los factores sociales para explicar los fenómenos políticos; un ejemplo de ello es el Marxismo. Estas dos vertientes explican de cuan arbitraria han podido ser las explicaciones, desde las más perspectivas hasta las más subjetivas y elucubradoras.
Sin embargo esta situación comienza a revertirse a partir de los siglo XIX y XX donde surgen disciplinas independientes, que se ocupan sobre aspectos distintos de la conducta humana y que podemos denominar dimensiones de la conducta ya que cada una estructura todo un tipo de organización, variables y dinámica propia que interactúan, cada una con una importancia relativa y arbitraria, dependiendo de facturas extremadamente difíciles de comprender y menos aún de controlar.
-La economía, donde difusamente el quehacer del economista “analiza los factores que afectan a la conducta social en el sistema de producción”, que a mi juicio a partir de una actividad que no necesariamente puede ser económica o cuanto menos el punto referencial. Ejemplo : en un régimen de esclavitud que produce para la guerra; podría hablarse de economía, punto que merece tratarse extensamente.
-La Psicología que se centraría en el estudio de los factores bioquímicos y psicológicos que determinan la conducta del hombre.
-La Antropología que se ocupa de las distintas maneras que ha tenido el hombre de organizar su cultura, el modelo estructural de interrelaciones de una sociedad a otra.
-La Sociología que estudia las instituciones, como sistemas estables de expectaciones y de acciones que cubren las distintas necesidades del hombre en sociedad.
-Y finalmente la Ciencia Política de la que se dice que es la Ciencia Social más antigua y a la vez la más moderna. La Ciencia Política, donde no es explicito ningún objeto de estudio especifico, es justamente la más antigua y a la vez más moderna, porque su objeto de estudio en su expresión real es un fenómeno humano; ha estado presente junto con el hombre a través de su evolución, desde grupos humanos reducidos hasta los más complejos a través de sus diversas formas de dominación, sometimiento, que en última instancia son expresiones de poder encaminados a establecer alguna forma de orden en una organización, en este sentido se explica la necesidad de que explicar dicha situación a partir de las formas conocidas desde Grecia hasta algunos siglos atrás haya sido mediante modelos particularistas, subjetivos, normativos, historicistas, institucionalistas, filosóficos, ideolológicos, etc. Y solo a partir de los primeros decenios del siglo XX es que puede hablarse del surgimiento de una ciencia política consistente con un cuerpo de teoría empírica, si bien es cierto todavía incompleta pero ya rigurosa y en proceso de consolidación con una disciplina sólida.
Para la ciencia política, debido a su tardía consolidación, no ha resultado tan difícil aceptar la interdependencia con las otras ciencias sociales, esto es visible cuando se abordan los diferentes niveles del fenómeno político tanto en su aspecto vertical como horizontal, donde los aportes de las otras ciencias sociales son asimilados de una u otra forma, más aún con el desarrollo de la teoría de los sistemas que incide mucho en el intercambio del sistema sea cual fuere y su ambiente compuesto por otros sistemas que se ocupan de otras dimensiones del comportamiento humano, tejiéndose de esta forma grandes redes de interrelaciones que aparecen y desaparecen. No faltan, por ejemplo, quienes creen que la unidad del objeto de la Ciencia Política consiste en centrar la investigación sobre situaciones históricas. Pero la historia no es la política, por más que filósofos como Hegel y Marx hayan postulado que los fenómenos de la vida política carecen de cualquier significación si no son reconducidos al proceso histórico del que hacen parte. Los hechos históricos tienen relevancia para la teoría política en la medida en que contribuyan a establecer ciertas regularidades del comportamiento político, permitan describir mejor la realidad política e influyan efectivamente en la conducta de los actores políticos. Por tanto, es posible afirmar que los politólogos que estudian las ideas políticas hacen historia y no Ciencia Política. Pero esta distinción aparentemente tan tajante sólo podemos hacerla ahora y con cierta ventaja, puesto que hasta hace poco tiempo, no había una línea clara que sirviera para dividir los campos de acción de la Ciencia Política y del conocimiento de las doctrinas de las ideas políticas. Pero, si bien la historia de las ideas políticas no se confunde con la ciencia política, no hay dudas de que constituye una de sus bases más sólidas.
Y si seguimos explorando las confusas relaciones de la Ciencia Política con otras ciencias sociales, vemos que también existe una concepción de la Ciencia Política que la instala en el mismo ámbito del Derecho, especialmente del derecho constitucional. Pero por muy estrechas que sean las relaciones entre Política y Derecho, estamos, otra vez, frente a fenómenos sustancialmente diferentes, aunque con algunos -y muy importantes- puntos de contacto. Uno de estos puntos es el de la organización del Estado, que aborda la ciencia constitucional que, por definición, pertenece al campo jurídico. Pero mientras el Derecho es el encargado de estudiar los aspectos normativos de la organización y funcionamiento de las organizaciones estatales, la Política encara la tarea de describir los hechos y procesos que se producen y articulan en el seno de las instituciones del Estado.
Los lazos de la Política con la Sociología parecen ser hoy más estrechos y profundos que nunca. Ello es el resultado de la influencia que ejercen sobre nuestra disciplina los científicos políticos norteamericanos, los cuales, en su gran mayoría provienen de la Sociología. Esta corriente reconoce que los fenómenos políticos son hechos sociales, por lo que, a la hora de examinar sus manifestaciones concretas, los autores tratan de definir los factores que los condicionan. De esta manera no tratan de estudiar tanto el hecho político en sí mismo, cuanto el medio que lo produce.
Lo que resulta innegable, sin embargo, es que tanto la escuela politológica estadounidense como la Sociología, han efectuado aportaciones decisivas al progreso de la Ciencia Política y continúan haciéndolo. El esfuerzo por delimitar los ámbitos de conocimiento de ambas ciencias no supone el que debamos negar estos progresos y, aún, seguir estimulándolos. La política rechaza -como dijimos- una concepción imperialista a la hora de establecer sus relaciones con otras ciencias sociales, pero tampoco se siente colonizada por éstas, por más que el fenómeno político también pueda ser abordado parcialmente por ellas.
Giovanni Sartori, en un artículo referido al tema analiza el papel de la sociología en el estudio de la política, llegando a conclusiones muy polémicas e innovadoras, intenta exponer la naturaleza de la sociología política a partir de una clara distinción entre la sociología y la ciencia política; estableciendo para el primero, como su objeto de estudio el sistema social, cuyas principales ideas unidad estarían constituidos por la comunidad, autoridad, estado legal, lo sagrado y la alienación; a diferencia de la ciencia política que comprendería el estudio del sistema político que a su vez indicaría el límite y la división entre la sociología y la ciencia política, sin embargo se advierte una interdependencia entre las dos disciplinas incluso inevitable en algunos niveles, debido al uso compartido de algunas metodologías y enfoques. Sin embargo la idea radicaría en establecer un vínculo sólido entre la ciencia política y la sociología a través de la sociología política que vendría a ser un híbrido interdisciplinario que intenta combinar las diferentes variables sociales y políticas a diferencia de la sociología de la política que vendría a ser una reducción sociológica de la política.
El autor entonces se propone revisar los aportes de la sociología de la política, indicando de antemano que su contenido trataría de un abordaje de la política de la política que ignoró a la ciencia política.
El primer tema que estudia es la sociología de los partidos donde se centra básicamente en el presupuesto excesivo de la sociología política que dice que el comportamiento de los partidos políticos terminarían siendo una extensión o resultado de lo acontecido en las clases sociales, a través de intereses concretos formulados con el adicional de tratarse de intereses de carácter económico. El autor critica esta postura, cuestionando el concepto de representación que usa y que se entendería por interés de clase, pudiendo extenderse esta afirmación incluso a la misma actividad política.
El segundo tema son las clases electorales de quienes luego de revisar los múltiples casos en el mundo; concluye que los estudios sobre los mismos no pueden garantizar la conformación de teoría sobre la política de clase.
Seguidamente nos dice que la concepción de clase que tiene los sociólogos podría resultar una ideología tan igual como lo es la de la religión, a diferencia de ser ésta tan solo más subjetiva, respecto de la de clase, debido quizás, a su sofisticación teórica que tiene su base en Hegel y Marx, de ahí que sugiere que en algunos de los casos los sociólogos podrían estar haciendo marxismo inconsciente antes que sociología.
Luego concluye esbozando una sociología política posible a través de la observancia de ciertos puntos planteados para tal fin como son:
a) Prestar igual atención a cualquier tipo de conflicto o escisionismo como determinantes de la naturaleza de los partidos; estos podría ser la raza y lo étnico, la religión y la localidad, la cultura y la tradición, la religión y la ideología, tan importantes como los de clase o económicos en los procesos de segmentación.
b) Considerar la dimensión histórica, registrando las variaciones de las secuencias de las alternativas dispuestas para los ciudadanos, que conduce a la comprensión de los orígenes y de cualquier consecuencia subsiguiente desde la matriz de despegue hasta el límite que la explicación pueda proceder de antecedente a consecuente.
c) Concretamente el aporte de esta consideración estaría dado por el registro y su comparación con otros procesos.
d) Sugiere la incapacidad de la sociología política para la elaboración y de proyecciones y predicciones, debido a su carácter general e inflexible, por tanto sería más útil para un trabajo de retrospección y recapitulación.
f) Y antes de terminar propone considerar al mismo nivel la programación de los dirigentes; como productores y el de los consumidores es decir gobernados. De esta forma no se estaría incurriendo en la sustentación teórica desde un punto de vista utilizando terminología marxiana- clasista.
Finalmente recapitula el tema los puntos que considera relevantes.
1.La sociología política desarrollada debía llamarse sociología de la política.
2.La sociología política es posible siempre que se combine a la ciencia política y la sociología.
3.La sobrestimación del accionar del sociólogo en el campo de la política aparte de empobrecer su marco conceptual a obstaculizado el desarrollo de la sociología política.
4.Los sociólogos en pro de una sociología política no debería tener miedo en el uso de ciertos artificios utilizados por los politólogos. Ni confiarse para explicar desde el espectro comprendido entre la sociedad y el arte de gobernar, menos aún utilizando extrapolaciones o técnicas proyectivas imperfectas.
5.Se requiere estudiar la mutua influencia e interdepencia entre partidos y sociedad

Comentando, el autor logra claramente encontrar y comunicar los puntos de desacuerdos entre la sociología y la ciencia política basándose en el uso inapropiado por parte de los primeros de sus principales unidades de análisis para el estudio de la política de ahí que sus extrapolaciones hayan terminado por limitarse a un estudio sociológico de la política. Y propone el estudio compartido entre la ciencia política y la sociología en una verdadera sociología política.
Es necesario considerar que en virtud de la improbabilidad de que ningún arreglo institucional, puede compendiar enteramente el orden óptimo ni tampoco representar un orden trascendental de forma adecuada, la tarea del científico político incluye la generalización sobre formas en que las acciones conscientes de los hombres afectan el proceso del cambio social; por ser las decisiones mayoritariamente políticas las que están afectando los resultados; las hipótesis relativas a los determinantes de la acción deben proceder de las otras ciencias sociales.
Otro tanto ha de decirse de las relaciones entre Política y Economía, aunque, en este caso, a más de uno le gustaría invertir los términos en que se producen sus recíprocas vinculaciones. En efecto, si bien los estudios económicos y la llamada Economía Política han supuesto un refuerzo a la cientificidad de la Política, parece más justo decir que -históricamente- la política ha determinado o influido con relativa eficacia los procesos económicos. De lo que no caben dudas es de que la economía y sus desafíos constituyen uno de los factores fundamentales del proceso de politización de una sociedad, hasta el punto de que influyen sobre el estilo de la relación política, sobre las modalidades del ejercicio del poder, y sobre el tipo de orden social vigente en cada momento histórico.

IDENTIDAD E INDEPENDENCIA DE LA CIENCIA POLÍTICA

Llegados a este punto, podemos considerar que la respuesta a la cuestión que plantea ha sido casi íntegramente desarrollada en los párrafos anteriores. No obstante haber defendido con tenacidad la independencia de la política en la constelación de las ciencias sociales y de haber remarcado su identidad poniendo de relieve, con idéntico énfasis, la especificidad de su objeto, resta por atacar el problema del método de la Ciencia Política, de cuya resolución satisfactoria depende el que proclamemos, o no, su identidad epistemológica.
En efecto, hemos visto cómo la Ciencia Política comparte su suerte con las demás ciencias sociales, razón por la cual, le afecta, en igual medida, la polémica en torno al exacto status de estas ciencias. Entre las manifestaciones más perceptibles de esta polémica está el hecho de que las ciencias sociales, por la naturaleza de sus objetos de conocimiento, están habilitadas para echar mano de recursos metodológicos diferentes al del resto de las ciencias. En el fondo, la polémica en cuestión versa sobre la unidad o la dualidad del conocimiento científico, esto es, si aceptamos que la Ciencia es una sola, en tanto conocimiento racional, inquisitivo y verificable, o si, por el contrario, el hecho de que la ciencia apunte hacia objetos tan radicalmente distintos, hace que las ciencias sociales o humanas deban tener criterios de validación diferentes a los de las ciencias experimentales. He aquí la cuestión aunque, no sabemos bien dónde, la respuesta.
Una de ellas es la que ensaya Max Weber, que postula que, en realidad, las ciencias sociales habrán de tener dos métodos, porque su objeto es también compuesto. Weber dirá que son tan necesarios como imprescindibles tanto el método empírico como el del Verstehen (método significativo de comprensión e interpretación), ya que los fenómenos sociales constan, todos, de una realidad material y de otra inmaterial.
Es posible advertir una dualidad básica y fundamental de las perspectivas metodológicas, que nos permitiría no perdernos en la aparente maraña de propuestas científico-políticas relacionadas con el método. Esta dualidad consiste en que de un lado, encontramos todo un discurso metodológico que se concentra en los aspectos cuantitativos, mensurables, objetivos, empíricos, y, del otro, encontramos a una corriente de pensamiento que prefiere tomar en consideración las cuestiones significativas, simbólicas, de sentido, subjetivas, escasamente cuantificables.
Simplificando, podemos decir que toda la cuestión metodológica se reduce a determinar si el objeto de conocimiento es accesible a un conocimiento empírico, o si, por el contrario, no lo es. Admitido lo cual, podría decirse que no puede seguir hablándose de pluralidad de métodos sino de dualidad de corrientes metodológicas (cuantitativistas o cualitativistas; positivistas y críticos) y de pluralidad de escuelas. No es posible, de momento, zanjar de modo rotundo esta dualidad metodológica a favor de una u otra de sus opciones, sino, a lo más, aceptar la integración que postula Max Weber. Integración que no habrá de ser fácil, ni pacífica, desde que ambas corrientes se niegan a la otra el carácter de método científico que reclaman para sí.
Los positivistas acusan a los críticos de que con su insistencia en la interpretación, simplemente están dando paso, disimuladamente, a unos juicios de valor, siempre arbitrarios e incompatibles con el conocimiento científico.
Del otro lado, los críticos sostienen que sus adversarios, a causa de su interés exclusivo en los factores cuantitativos, ignoran un aspecto esencial de su objeto de estudio, cual es el aspecto significativo o simbólico. Al hacerlo, están expuestos a formular enunciados irrelevantes, de puro sentido común la mayor parte de las veces, lo que tampoco tiene relevancia científica.
Volviendo a la dualidad de las corrientes metodológicas, podemos agrupar sus propuestas del siguiente modo:

En el sector de la metodología cuantitativa y, en todo caso, formal, aparecen
el conductismo
la teoría de los juegos
la teoría general de sistemas
la cibernética
En el sector de los análisis cualitativos, aparecen
el funcionalismo
el racionalismo
el marxismo
la teoría de la elección pública
el método comparativo

Esta clasificación, no obstante, es demasiado esquemática y hasta arbitraria como para pretender una validez universal. Lo cierto es que algunas de estas posturas debieran ocupar un espacio intermedio entre ambos sectores, pero, de momento, daremos por buena esta esquematización.
Otra división significativa tocante al método de estudio, es la que diferencía a los científicos políticos en interpretativistas y conductistas, los primeros seguirían el modelo de los historiadores, quienes interpretan cada evento e idea política más o menos en sí y por sí mismos, en una manera personal subjetiva, buscando conservar la riqueza de su detalle mientras hacen una interpretación al seguir un patrón general sobre cuál proceso se desarrollo a través de los eventos. Otros científicos políticos piensan que su disciplina científica debería ser más científica que esto, al buscar la esencia básica de las regularidades, a lo largo de un conjunto completo de eventos, aun cuando esto signifique sacrificar algo del rico detalle con que está cargado cada evento individual, Piensan que la única manera en que se podrá explicar y predecir lo que sucede en la política es enfatizando los procesos subyacentes que un número de eventos dispares pueden tener en común. Estos científicos políticos seguirían el modelo de otros científicos sociales tales como los economistas.
Con lo dicho hasta aquí podríamos cerrar el espinoso tema de la identidad epistemológica de la Ciencia Política. Pocas dudas caben acerca de que nuestra disciplina tiene un método propio, lo que no equivale a decir un método exclusivo. Y ello porque la naturaleza de su objeto, que le hace militar de lleno en el terreno de las ciencias sociales, aconseja compartir con éstas el instrumental metodológico. A todas las ciencias sociales -y la política seguramente no es la excepción- acompaña y acompañará por algún tiempo más, el debate en torno a la neutralidad y objetividad del conocimiento científico frente a las demandas valorativas y prescriptivas que son consustánciales a los procesos, hechos y fenómenos que descansan sobre el comportamiento o la conducta del ser humano en sociedad. Frente a ello, la actitud del especialista debe apuntar, primordialmente, al perfeccionamiento del conocimiento del objeto, sin conceder al debate metodológico más importancia que la que objetivamente tiene, y sabiendo de antemano que si la Ciencia Política ha accedido a cierta madurez y alcanzado determinados niveles de eficacia, no ha sido precisamente por la hegemonía de una corriente metodológica sino más bien por las aportaciones que cada una de ellas ha hecho al mejor conocimiento de nuestro objeto. “El método de la ciencia política, indudablemente, es complejo y polifacético, pero al mismo tiempo accesible y comprensible como si fuera el más sencillo. Resume toda la historia de la ciencia de la que forma parte y la pone al servicio de la investigación de nuestra realidad presente. Nos viene del pasado y nos impulsa hacia el futuro. El mismo nos hace partícipes de la actividad que nos ayuda a estudiar y comprender. En nuestra ciencia, a todos los que la cultivamos, nos hace conocer, pero nos ayuda también a vivir ...”[10].



CAMPOS DE EJERCICIO PROFESIONAL DEL POLITOLOGO[11]
Hasta donde nos alcanza la vista y la memoria histórica, todos los Príncipes tuvieron sus escribas y sus consejeros. Cuando en las primeras décadas de este siglo Max Weber reseñó el papel que jugaba el estamento de los literatos en la China milenaria, no tuvo más remedio que reconocer que su origen está sumido para nosotros en la oscuridad. Del mismo modo, tan antiguo como su linaje son algunas de las típicas funciones que en todo tiempo y lugar han cumplido esos personajes encargados de crear, distribuir y aplicar ideas en la solución de problemas sociales y políticos. También hay que remontarse muy atrás para encontrar los primeros argumentos que favorecieron el saber de los expertos por oposición a la indocumentada voluntad popular expresada en el mero número, ese abuso de la estadística -al decir de Borges- que es toda democracia.
Desde los días de la Grecia clásica nos hemos acostumbrado a oír por boca de Sócrates, o del personaje platónico que fue Sócrates, la idea de oponer continuamente la postura razonable de confiarse al conocimiento del experto frente a la costumbre irracional de seguir a la mayoría. Por aquello de que el juicio correcto se basa en el conocimiento y no en el número, una cuestión crucial que desveló a los filósofos atenienses era la de determinar la mejor forma de gobierno de la república ideal, una república que sólo habría de ser rectamente gobernada por un “rey-filósofo”. Claro que tan añejas como las pretensiones de los hombres de ideas -sabios o filósofos, científicos o tecnócratas- por gobernar la pólis de acuerdo con lo que se supone es la recta razón de su tiempo -de la filosofía, la ética o la economía neoclásica-, son los estrepitosos fracasos de muchos de ellos para lidiar con los demonios tercos de la política. El mismo Platón se convenció en carne propia, después de sus descaminados intentos por instruir a un díscolo monarca de Siracusa, que no es tan fácil llevar a la práctica los ideales pergeñados por los filósofos. En principio porque la lógica y las urgencias que guían el quehacer del político raramente se compadecen con el devaneo meditativo y el cultivado jardín de las dudas en que vive todo hombre de pensamiento: un príncipe carece de la latitud que se ofrece al filósofo, no puede permitirse diferir en demasiadas cosas a la vez; otro poco por la sinuosa desconfianza del político a los dictados de la lejana teoría: temía no ver en mí -dice Platón de Dión de Siracusa- otra cosa que no fueran sino palabras, un hombre que nunca pondría voluntariamente sus manos en una tarea concreta; pero también hay razones más profundamente arraigadas en la matriz de constitución histórica que da origen a la crítica ilustrada de la política: si en buena medida la figura ideal-típica heredada del intelectual se configura como la de un antagonista del poder guiado por una inmaculada ética de la convicción, la imagen especular que se construye desde la política es la del intelectual como alguien que pretende hacer política contra la política, un estilo de intervención pública que acostumbra ampararse en la crítica para eludir el compromiso con las siempre desagradables consecuencias de toda operación sobre el mundo real.
En esta larga historia de encuentros y desencuentros entre el mundo del saber y la política, las sociedades modernas le fueron incorporando sus propias características, y también sus propias tensiones. Entre las más destacadas hay que anotar el hecho de que el vasto proceso de burocratización de la vida social ha llevado a que la productividad cultural se racionaliza de manera que la producción de ideas se parece, en los aspectos principales, a la producción de otros bienes económicos. Paralelamente, el lugar que detentaba el literato y el intelectual de tipo generalista es paulatinamente ocupado por el experto, dotado de un dominio técnico sobre un campo del saber, y capaz de orientarlo a la solución de problemas concretos de elaboración de políticas. En el mismo sentido, la vinculación entre los especialistas y la política se opera cada vez más al interior de redes de asuntos que conectan agencias de gobierno, tanques de pensamiento, centros de investigación, fundaciones privadas, organismos multilaterales, empresas patrocinadoras de proyectos, y otras organizaciones complejas, que dejan poco espacio a la figura -tal parece que declinante- del intelectual independiente.
Así presentada, la discusión entre saberes y política no es nueva, aunque comienza a tomar su perfil contemporáneo en el período que arranca con la segunda posguerra, en el caso de los países centrales, y con el auge desarrollista y modernizador de finales de los años 50 y principios de los 60 en buena parte de América Latina. En ese continuo temporal, que corre parejo con la mayor complejización y diferenciación de las estructuras burocráticas gubernamentales, y con la creciente profesionalización y organización académica de las ciencias sociales en el subcontinente, parece claro que el proceso de elaboración y puesta en práctica de políticas ha experimentado en los últimos años un cambio significativo en lo que respecta a la influencia de la dinámica institucional de las ideas y los saberes especializados, tanto sobre el contenido de las reformas como en lo que respecta a la forma de intervención de nuevos actores y organizaciones. En particular, un conjunto de personajes especializados en la creación, distribución y aplicación del saber a las cuestiones de políticas, analistas simbólicos o tecnopolíticos según diferentes denominaciones, han comenzado a cumplir una función estratégica en la orientación política de las sociedades.
En términos generales, y desde un punto de vista disciplinar, cuando pensamos en la vinculación entre saber técnico y saber político se nos aparecen tres grandes líneas de trabajo, que si bien están estrechamente relacionadas guardan cierto grado de autarquía una respecto de la otra. En primer lugar, se nos presenta una línea de trabajo que podríamos llamar de corte epistemológica, centrada en el examen de los parecidos y las diferencias entre el saber del científico y el saber del político, en las direcciones de causalidad cruzada entre ambos mundos, e incluso en el tipo de formación de sus portadores -o agentes-. Las dos conferencias del invierno revolucionario de 1919 pronunciadas por Max Weber, que han sido recogidas bajo el título de El Político y el Científico, ilustran claramente este tipo de reflexión. Una segunda línea, de raíz sociológica, analiza a los intelectuales como categoría social, sus diversas tipologías, sus formas de socialización y formación profesional, y los espacios institucionales de su actuación, tanto en el sector privado como público. Los trabajos clásicos de Talcott Parsons, Robert K. Merton o Coser, entre muchos otros, ejemplifican esta tendencia. Finalmente, una tercera corriente, cercana a la anterior pero de orientación más claramente politológica, estudia el papel de los intelectuales expertos y los saberes especializados en la dinámica política en general y en el proceso de elaboración de políticas públicas en particular. Aunque desde perspectivas dispares, los nombres de Alexis de Tocqueville y Antonio Gramsci merecen figurar entre los lejanos pioneros de esta vertiente.
Pero, ¿Qué es lo que hace un Politólogo, Qué es lo que estudia un científico político?. En los años recientes se han visto trabajos en los que científicos políticos:
-Calcularon con exactitud cuánto le cuesta en realidad a un país perder una guerra.
-Diseñaron un sistema nuevo de votación para las las elecciones primarias en EU, que podría haber conducido a un conjunto diferente de candidatos para la mayor parte de las elecciones presidenciales.
-Analizaron y explicaron los diversos estilos que adoptan miembros del Congreso de EU al tratar con sus votantes.
-Estudiaron la expansión de reformas a las pensiones.
-Mostraron que los orígenes del gobierno existoso pueden remontarse a las instituciones sociales de hace varios siglos.
-Expusieron por qué la mayor parte de las naciones ignoran las advertencias sobre la acción militar sorpresa de naciones hostiles.
-Estudiaron por qué las democracias casi nunca hacen la guerra contra otras democracias.
Estas son la clase de cosas que hacen los científicos políticos, los politólogos, y para una mejor comprensión de su importancia en los tiempos venideros, bien vale un análisis esquemático de sus múltiples facetas profesionales.

En el Análisis Político: La realidad política en sus distintos aspectos, requiere de un examen minucioso y de una apreciación especial. Con el análisis político, se escruta, se evalúa y sopesa adecuadamente el fenómeno del poder, estructural y coyunturalmente, sea en su expresión práctica o en su teorización.
El Politólogo es por excelencia un analista de la realidad política. En el marco estructural de la realidad política, el Politólogo elabora apreciaciones acerca de los diversos aspectos sustantivos de la realidad, como los aspectos territoriales, económicos, militares, ecológicos, tan importantes para un país, una región o un continente, que luego de ser evaluados son presentados en informes analíticos, sustentados en una masa organizada de datos.
En el aspecto coyuntural, el Politólogo aprecia una situación política específica, precisando el grado de desarrollo alcanzado por ella, y proyectando las probabilidades de su curso.
La coyuntura política, es una situación no prevista, que se presenta en cualquier momento y que puede alterar profundamente el escenario del poder político. El análisis de coyuntura es una labor vital del Politólogo, ya que la mayor parte de los acontecimientos políticos son de carácter coyuntural. El análisis político puede incidir en los hechos, los documentos o publicaciones y los discursos.

En la Estrategia Política: Siendo la política una actividad vinculada al poder, la estrategia es la formulación de las ideas, métodos, y medios para conquistar y mantener el poder, o influir en su administración.
La estrategia aplicada a la realidad política, es otro campo de la Ciencia Política. Para poner un ejemplo, en los tiempos actuales la lucha por el poder presenta diferentes modalidades, pero la más usual es la contienda electoral.
Una contienda electoral genera la actividad simultánea de los partidos políticos, movimientos y frentes políticos, propicia la formulación de programas de gobierno, pone en marcha campañas publicitarias.El Politólogo es el profesional que diseña la estrategia política. La contienda electoral como toda acción política, sólo puede ser concebida y ejecutada convenientemente, a base de la estrategia política.
En el Diseño del Sistema Político: Los grandes estadistas de la historia (Solón, Pericles, Carlo Magno, Luis XIV, Napoleón, Bismarck, etc.) fueron grandes políticos abocados al diseño y la construcción de un nuevo modelo de Estado y de sociedad.
Los cambios en el pensamiento y la acción política, en los modelos y los tipos de sociedad y de Estado, en realidad son hechos esencialmente políticos y jurídicos. La elección del modelo está respaldada en el poder de la mayoría.
El proceso de concepción y ejecución de esos cambios es labor del Politólogo. Es ese campo que lo circunscribe el papel del creador, ideólogo o arquitecto de las instituciones políticas y de las ideas políticas.

En la Asesoría Política: El Politólogo, como profesional, puede brindar asesoría en los siguientes aspectos:
a) A nivel del proceso de la toma de decisiones en materia política.
-En el diseño y ejecución de políticas sectoriales.
-En la elaboración de planes de desarrollo en materia Económica, social y regional.
-En la proposición de alternativas de solución, para resolver situaciones políticas concretas y de coyuntura.
-En la elaboración y fundamentación de proyectos de ley, porque estas son expresiones de propuestas o decisiones políticas.
-En la elaboración de discursos políticos.
-En el estudio comparativo de fenómenos e instituciones políticas, sociales y económicas. -En el diseño, organización y ejecución de estrategias de campañas electorales.
-El asesoramiento se realiza en las instituciones públicas como el Gobierno Central, incluyendo sus reparticiones, los Gobiernos Regionales y Locales, el Congreso de la República, empresas, gremios y corporaciones públicas y privadas. En todas ellas, al nivel de Alta Dirección, estrechamente ligado al área de la toma de decisiones.

En la Ideología Política: Los hombres actúan en política, siguiendo en mayor o menor grado marcos ideológicos de referencia. La ideología como marco de referencia juega un papel fundamental en la realidad política. Una acción política sin ideología es una acción a ciegas; una ideología que no genera acción política, es una ideología estéril.
Toda agrupación política formula una ideología para tener un marco de acción en el escenario político. El politólogo es el profesional capacitado para elaborar trabajos de carácter ideológico, tales como:
Idearios
Bases programáticas de acción
Declaración de principios
Estatutos y Reglamentos
Lineamientos de política
Plataformas Electorales

El politólogo también está capacitado para elaborar planes y programas de gobierno y programas de trabajo en ejecución de políticas; igualmente puede formular propuestas de incidencia en la realidad política, sobre la base de una filosofía política.
En resumen el profesional de la Ciencia Política se puede desempeñar como ideólogo, realizando una labor orientadora en la teorización política. El aspecto ideológico constituye un elemento fundamental en el acontecer político.

En la Consultoria Política: El politólogo también puede prestar sus servicios al nivel de absolución de consultas requeridas tanto por instituciones gubernamentales o no, de carácter nacional o internacional, como también por autoridades políticas de manera individual.
Esa labor del politólogo es muy afín a la asesoría, la cual puede ser desempeñada por el politólogo en forma individual o en forma asociada.

En la Investigación Especializada: El conocimiento político, como parte de la cultura humana, ha experimentado avances muy notables. En la actualidad existen diversas y novedosas disciplinas vinculadas a la política, tales como la Polemología, el Marketing Político, la Semiótica Política, que permiten a la Ciencia Política alcanzar una aproximación cada vez mas cercanas a los acontecimientos políticos del mundo contemporáneo.
Con la investigación, la Ciencia Política se pone al día y se dota de mecanismos más adecuados para estudiar los fenómenos políticos y sus actores. El politólogo es también un investigador de la Ciencia Política. Los trabajos de investigación en Ciencia Política son aportes permanentes que ayudan a comprender mejor la realidad política, tanto en el escenario nacional como en el internacional. Con la investigación el politólogo actualiza su marco de análisis y enriquece sus conocimientos de la política.

En la Organización Política: La formación y desarrollo de las instituciones políticas, así como sus reestructuraciones y perfeccionamientos, requieren de estudios, estrategias de sistemas de organización. En el proceso de organización, se unen esfuerzos, se discuten, analizan, establecen criterios y se toman decisiones. Por ejemplo, la organización o reorganización de un partido político requiere de mecanismos que establezcan una comunicación entre dirigentes y dirigidos, entre los líderes y las bases.
El mecanismo más usual que utilizan los partidos políticos en su vida institucional, es el evento. El evento político puede ser de diversos tipos, llámese congresos, convenciones, plenarias, etc. Por ejemplo, a través del evento el partido consolida una voluntad política, toma posición con respecto a la coyuntura, elige a las autoridades internas.
El politólogo está en capacidad de actuar profesionalmente en todas las etapas que comprende la organización y reorganización de las instituciones políticas así como en el desarrollo funcional, es decir, en la planificación, en la dinámica, en la temática, en la logística. El Politólogo puede actuar individual o asociadamente para diseñar y cumplir con los objetivos de las instituciones políticas.

En la Docencia Especializada: El conocimiento humano, para su desarrollo y difusión, requiere de la especialización. Como área específica del conocimiento humano, la Ciencia Política permite perfeccionar el conocimiento del fenómeno político. El politólogo como conocedor del fenómeno político, está en condiciones de ejercer la docencia en los temas de la Ciencia Política. En el ejercicio de la docencia, el politólogo puede desempeñarse como instructor de cuadros políticos, sociales o sindicales o como docente académico en todos los niveles. La docencia en Ciencia Política es el anticuerpo del adoctrinamiento ideológico o partidista político.


CONCLUSIÓN.
La Ciencia Política tiene una gran responsabilidad enfrente, se está estudiando el uso del poder para alcanzar opciones colectivas. Su función específica es describir los términos de los que se ocupa, dicha descripción permite definir el contorno de dichos fenómenos, estimar sus peculiaridades, clasificarlos según ellas, compararlos para determinar sus similitudes y diferencias, dar cuenta de la frecuencia con que se presentan y señalar relaciones que puedan existir entre ellos. Sin embargo eso no es todo, debemos pensar muy bien en lo que se dijo primero, en el destino de los pueblos y el de la humanidad. Las opciones colectivas incluyen la invención de la democracia como una vía para lograr el gobierno del pueblo, el desarrollo de la educación pública, sistemas de parques, salud pública, etc. Ese es el verdadero compromiso de la Ciencia Política, descubrir las leyes que gobiernan los diferentes fenómenos que nos rodean y hacer prevalecer en éstas el sentido de la supervivencia humana y el bien común.















Bibliografía.
1 Phillips Shively. Introducción a las Ciencias Políticas. Ed.Mc Grawn Hill México 1997 pp 405
2 Eduardo Andrade Sánchez. Introducción a la Ciencia Política. Ed Harla. México 1985 pp253
3 Jean Meynaud. Introducción a la Ciencia Política.Ed.Tecnos. España 1971 pp 378
4 Arnaldo Córdoba. El Método de la Ciencia Política. Ed.UNAM. 1988 México pp 25. p23
5 David Easton. Enfoques sobre Teoría Política. Amorrurtu Ed. Argentina 1982 pp 249
6 David Easton . Politica Moderna. Ed Letras. México 1968 pp 348
7 Norberto Bobbio. Estado Gobierno y Sociedad. Ed.FCE México1998 pp 243.p 11-38
8 Karl W. Deutsch. Política y Gobierno. Ed.FCE México 1976, pp 608.
9 Robert A.Dahl. Análisis Político Moderno. Ed.Fontanella España 1976 pp182
10 Giovanni Sartori. La Política. Ed FCE. México 1996. pp 336
11 Héctor González Uribe. Teoría Política. Ed Porrua. México 1978 pp 670
12. Rev. Ciencia y Desarrollo N.39. Jul-Ag 1981. K Deutsch. Cambios Importantes en la CP. México





[1] Karl W. Deutsch. Política y Gobierno. Ed.FCE México 1976, pp 608, p 15
[2] Ibidem. p19
[3] Marcel Prelot. La Ciencia Política. Presses univ. de France. Citado por Eduardo Andrade Sánchez. Introducción a la Política. Ed.Harla Méxica 1985, pp253
[4] El hombre se reúne en sociedad para el logro de un bien común a todos. El bien común no es el bien individual, no es la suma de la porción de felicidad de cada individuo integrante de una comunidad, pero tampoco es un bien que nada deba a las partes. Es la integración sociológica de todo lo que hay de virtud y riqueza en las vidas individuales, y que tiende a perfeccionar la vida y la libertad de persona de cada ser. No es utilidad solamente, sino fin bueno en sí mismo, sujeto a la justicia y a la bondad. Es el fin último de la vida social. La política es la ciencia social y práctica cuyo objeto es la búsqueda del bien común de los integrantes de una comunidad. El bien común no es sólo la tarea del poder político sino también razón de ser de la autoridad política. Por lo tanto, es el bien común el principio y fin ético de la política. Será bueno todo aquello que beneficie, tienda, acreciente o promueva el bien común. Será malo todo aquello que tienda a perjudicarlo, disuadirlo, disminuirlo, etc.
[5] El Príncipe, los discursos sobre la primera década de Tito Livio e Historia de Florencia son, en Maquiavelo, avances definitivos en el saber político en la medida en que, para el conocimiento de la potestad pública, introducen metodologías científicas atenidas a la experiencia histórica. Existe en el autor una intencionada renuncia el engalanamiento “con primores de estilo que muchos emplean para valorar sus escritos” y una aplicabilidad metodológica de conocimiento comparativo y empírico. Maquiavelo procedía en el análisis de su materia como un auténtico pionero; como un explorador que se lanza en las entrañas de una selva desconocida, paso a paso y descubriendo siempre algo nuevo, con dos preocupaciones que lo caracterizaron toda su vida: ser claro en su estilo y ser objetivo. Maquiavelo comienza a hacer ciencia cuando descubre en los hechos de los hombres una forma especial de actuar que se relaciona de modo perfectamente claro con la existencia del Estado. Para conocerlo y para poder influir sobre ellos, es forzoso verlos tal y como son, sin inventarlos ni adornarlos con significados que no tienen en su realidad concreta; dicho de otra manera, sin verlos como quisieramos que fueran o debiesen ser. A muchos ha sorprendido la diversidad de planteamientos y aún de tipos de información que opone entre sí a las dos principales obras de Maquiavelo, El Príncipe y los Discursos sobre la primera década de Tito Livio, al grado de que, por ejemplo, se ha dicho que mientras El Príncipe es monárquico, los Discursos son republicanos. Se ha demostrado plenamente que no hay tal oposición entre ambas obras, sino más bien una estrecha e íntima complementación. Maquiavelo trata siempre de generalizar a partir de la información que posee, y ésta es sorprendentemente variada, rica y abundante; pero se trata de una información que, diríamos hoy, no esta procesada ni ordenada y esto afecta al estilo de la exposición, que se vuelve pragmático, ejemplificativo y, sobre todo, casuístico. En cuanto a su propósito científico, El Príncipe es tremendamente engañoso al presentarse como un recetario para la acción, un catecismo político, porque en realidad, más que dar consejos a un príncipe hipotético, lo que pretende es recopilar, casuísticamente, todas las acciones posibles que un príncipe lleva a cabo, las acciones que son buenas, es decir, que son eficaces para triunfar en política y, al mismo tiempo, intenta definir lo que es el príncipe, el político de nuevo tipo, a través de los ejemplos. En los Discursos, Maquiavelo tiene otro propósito: demostrar cómo los principados se convierten en repúblicas. Había observado muchos príncipes de carne y hueso y los había estudiado a fondo; pero para escribir sobre la república sólo contaba con las pequeñas y débiles repúblicas italianas, ninguna de las cuales se parecía a los Estados nacionales que ya habían surgido en otros países. Maquiavelo, así, se vio obligado a inventar, literalmente, una república que pareciera un verdadero Estado, y para ello, recurre a la república romana, de ahí sus comentarios sobre la obra de Tito Livio, convirtiéndola en lo que no fue, un Estado moderno. Su tesis central es que todos los Estados un día se convertirán en Repúblicas donde todos los ciudadanos serán como príncipes. Maquiavelo no sólo recortó en la realidad social su objeto de conocimiento que es el Estado, sino su ciencia misma, la Ciencia Política.
[6] Norberto Bobbio. Estado Gobierno y Sociedad. Ed.FCE México1998 pp 243. p 11-38
[7] David Easton. Enfoques sobre Teoría Política. Amorrurtu Ed. Argentina 1982 pp 249
[8] Jean Meynaud. Introducción a la Ciencia Política.Ed.Tecnos. España 1971
[9] Enduardo Andrade Sánchez. Introducción a la Ciencia Política. Ed.Harla. México 1985 pp 253
[10] Arnaldo Córdoba. El Método de la Ciencia Política. Ed.UNAM. 1988 México pp 25
[11] En su mayor parte, las ideas expresadas en este apartado corresponden a YIMY REYNAGA ALVARADO Licenciado en Ciencia Política del Perú. Sus trabajos pueden encontrarse en la página de internet :www.geocities.com/politikaperu

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