En días pasados todo México se enteró del arrollador triunfo priísta en Veracruz, en verdad una marea roja contaminantemente venenosa acabó con la oposición (PAN y PRD). La victoria del PRI fue orquestada por su principal operador político: Fidel Herrera Beltrán, y se logró mediante la articulación de la forma más antigua y perjudicial que tiene de hacer política el extinto Partido Oficial. Mediante la permanente entrega de despensas, becas, uniformes, lentes, cemento, varilla, fertilizantes, ganado y el gobernador como Mesías; Fidel Herrera lanzó una estrambótica y eficaz organización que recuperaría la mayor parte de los votos perdidos en la propia elección que, por poco, generaba la alternancia en dicha entidad.
Es verdad que un pésimo liderazgo llevó al PAN a perder, casi todo, lo que había avanzado en términos electorales. Acción Nacional controlaba la mitad de los distritos locales y, aproximadamente, la mitad de los municipios -en ellos a los que contienen las ciudades más importantes-. El fracaso del PAN tiene nombre y apellido: Alejandro Vázquez.
Pero a la mala administración panista hay que sumar el clientelismo del PRI y así la ecuación proporciona el escenario electoral de cinco a uno que ocurrió el primer fin de semana de septiembre. Hay, sin embargo, algo peor que dimensiona el resultado: la afectación territorial y humana que mantiene a Veracruz inundado. He ahí la principal consecuencia del clientelismo político.
Es una falsedad y cobardía señalar que nada puede hacerse frente a los fenómenos naturales. Sí se puede hacer y mucho, si en lugar de conseguir votos los gobernantes se ponen a hacer su trabajo. Tampoco puede utilizarse como justificación la experiencia norteamericana donde la colaboración del ejército mexicano mostro la bondad de nuestro pueblo, ahí la explicación es el racismo: los blancos norteamericanos odian tanto a los negros que ocupan mexicanos para recoger sus cadáveres. Repito, si los gobernadores hicieran su trabajo -y si la sociedad se los exigiera- las catástrofes naturales tendrían menor incidencia en los pueblos.
Clientelismo, masismo y populismo, son muy costosos a largo plazo. Justificarlos como ajustes históricos necesarios para cerrar la brecha entre los grupos sociales es un peligro que puede conducir al autoritarismo y la muerte de la democracia. José Vasconcelos afirmaba que los pueblos no necesitan revoluciones porque se llevan todo lo malo; pero también todo lo bueno. Si es válido relacionar las tendencias revolucionarias con los estilos de gobernar que se mencionan arriba, puede confirmarse la idea del ilustre oaxaqueño con lo sucedido por los huracanes en Veracruz. El populismo del gobernador ha salido muy caro, su convicción de "ajustar" la dinámica veracruzana mediante su personalidad clientelar y masista ha generado que el estado no se encuentre preparado para los embates climáticos.
El gobernante debe conciliar lo que la gente quiere y lo que se necesita. Esa es su responsabilidad histórica y el mínimo talante democrático que permitirá saber quién pudo responder a las exigencias de su tiempo. En Veracruz ya hay una respuesta: Fidel Herrera Beltrán no puede.
Es verdad que un pésimo liderazgo llevó al PAN a perder, casi todo, lo que había avanzado en términos electorales. Acción Nacional controlaba la mitad de los distritos locales y, aproximadamente, la mitad de los municipios -en ellos a los que contienen las ciudades más importantes-. El fracaso del PAN tiene nombre y apellido: Alejandro Vázquez.
Pero a la mala administración panista hay que sumar el clientelismo del PRI y así la ecuación proporciona el escenario electoral de cinco a uno que ocurrió el primer fin de semana de septiembre. Hay, sin embargo, algo peor que dimensiona el resultado: la afectación territorial y humana que mantiene a Veracruz inundado. He ahí la principal consecuencia del clientelismo político.
Es una falsedad y cobardía señalar que nada puede hacerse frente a los fenómenos naturales. Sí se puede hacer y mucho, si en lugar de conseguir votos los gobernantes se ponen a hacer su trabajo. Tampoco puede utilizarse como justificación la experiencia norteamericana donde la colaboración del ejército mexicano mostro la bondad de nuestro pueblo, ahí la explicación es el racismo: los blancos norteamericanos odian tanto a los negros que ocupan mexicanos para recoger sus cadáveres. Repito, si los gobernadores hicieran su trabajo -y si la sociedad se los exigiera- las catástrofes naturales tendrían menor incidencia en los pueblos.
Clientelismo, masismo y populismo, son muy costosos a largo plazo. Justificarlos como ajustes históricos necesarios para cerrar la brecha entre los grupos sociales es un peligro que puede conducir al autoritarismo y la muerte de la democracia. José Vasconcelos afirmaba que los pueblos no necesitan revoluciones porque se llevan todo lo malo; pero también todo lo bueno. Si es válido relacionar las tendencias revolucionarias con los estilos de gobernar que se mencionan arriba, puede confirmarse la idea del ilustre oaxaqueño con lo sucedido por los huracanes en Veracruz. El populismo del gobernador ha salido muy caro, su convicción de "ajustar" la dinámica veracruzana mediante su personalidad clientelar y masista ha generado que el estado no se encuentre preparado para los embates climáticos.
El gobernante debe conciliar lo que la gente quiere y lo que se necesita. Esa es su responsabilidad histórica y el mínimo talante democrático que permitirá saber quién pudo responder a las exigencias de su tiempo. En Veracruz ya hay una respuesta: Fidel Herrera Beltrán no puede.